sábado, 28 de marzo de 2009

El contrato vital

Tengo una relación de amor-odio con el tiempo.

Nuestras peleas se parecen mucho

 a las de esos jóvenes enamorados

demasiado ignorantes aun de su codependencia

como para siquiera pensar en superarla.

Siempre he sido un poco desastre

cumpliendo horarios, respetando plazos

o trenzando necesidades vitales con tareas.

Tal vez por eso he andado despistado por ahí

sin saber que yo también soy un “sin papeles”,

que mi contrato con la vida ha caducado.

Quizás por eso, en estas últimas semanas

la calavera de Hamlet, cual cobrador del frac,

me haya estado persiguiendo a todas partes.

Puede que suene a excusa de irresponsable pero

jamás pensé que pudiera existir un contrato con la vida

¡Que no fuera vitalicio!

Quien sabe si Dios no esté  también en crisis,

reajustando ciertas cosas en su empresa divina,

extinguiendo algunas especies para reducir plantilla

o acelerando la maquinaria del tiempo en un intento

de optimizar de la conciencia el rendimiento.

En el periodo que va desde la cuna hasta la tumba,

 en el que antes cada ser disponía de una sola vida

parece que  ahora, sin previo aviso ni elección,

se instaure el tres por uno con ciertos requisitos:

quien quiera continuar en esta empresa de la vida

atravesara varias muertes con dolor y después

deberá renovar su contrato en cada renacer.

Hoy después de tener serias dudas al respecto,

 al menos por esta vez, y sin que sirva de precedente,

tomo la firme decisión de renovar mi contrato:

“Asumo completamente,

con gratitud, alegría y amor

la responsabilidad de mi vida” 

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