Tengo una relación de amor-odio con el tiempo.
Nuestras peleas se parecen mucho
a las de esos jóvenes enamorados
demasiado ignorantes aun de su codependencia
como para siquiera pensar en superarla.
Siempre he sido un poco desastre
cumpliendo horarios, respetando plazos
o trenzando necesidades vitales con tareas.
Tal vez por eso he andado despistado por ahí
sin saber que yo también soy un “sin papeles”,
que mi contrato con la vida ha caducado.
Quizás por eso, en estas últimas semanas
la calavera de Hamlet, cual cobrador del frac,
me haya estado persiguiendo a todas partes.
Puede que suene a excusa de irresponsable pero
jamás pensé que pudiera existir un contrato con la vida
¡Que no fuera vitalicio!
Quien sabe si Dios no esté también en crisis,
reajustando ciertas cosas en su empresa divina,
extinguiendo algunas especies para reducir plantilla
o acelerando la maquinaria del tiempo en un intento
de optimizar de la conciencia el rendimiento.
En el periodo que va desde la cuna hasta la tumba,
en el que antes cada ser disponía de una sola vida
parece que ahora, sin previo aviso ni elección,
se instaure el tres por uno con ciertos requisitos:
quien quiera continuar en esta empresa de la vida
atravesara varias muertes con dolor y después
deberá renovar su contrato en cada renacer.
Hoy después de tener serias dudas al respecto,
al menos por esta vez, y sin que sirva de precedente,
tomo la firme decisión de renovar mi contrato:
“Asumo completamente,
con gratitud, alegría y amor
la responsabilidad de mi vida”
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